jueves, 14 de junio de 2007

LOS GIGANTES DE FUEGO cuento

Había llovido por última vez a mediados del otoño. Durante varios días, ya en el invierno, pesados nubarrones grises cubrieron el cielo, traídos y llevados por el viento cruzaron el valle sin dejar caer ni una sola gota.
Al llegar el verano todo estaba reseco. Cuando una suave brisa o algún carro cruzaban el pueblo, las calles de tierra se elevaban quedando suspendidas en el aire.
El campo amarilleaba por la falta de agua.
Era fin de año y como siempre, se iba a realizar una fiesta en la única plaza del pueblo.
Los muchachos y las chicas armaron muñecos gigantes para quemar en los últimos minutos del año.
Sillas y mesas rodeaban la plaza. Los árboles estaban adornados con guirnaldas hechas con papeles de colores.
Cerca de la medianoche del treinta y uno de diciembre, los vecinos se fueron acomodando en las mesas para ver el espectáculo.
Desde el campanario de la iglesia se escuchó la primera campanada...
Los jóvenes comenzaron a llegar con sus antorchas encendidas.
Esa noche el sonido de la campana parecía distinto, áspero, sin vibraciones...
Chicas y muchachos dando vueltas alrededor de los mamarrachos, cantaban a los gritos y sacudían las antorchas. Sus caras sudorosas tenían un brillo anaranjado bajo la luz del fuego.
Sonó la última campanada.
Las antorchas se apretaron contra los muñecos.Las llamas comenzaron a subir por los enormes cuerpos. De vez en cuando estallaban algunos cohetes escondidos entre los pliegues del papel. Cuando el fuego llegó hasta las cabezas, una explosión más fuerte y una luz azulada, indicaron que había llegado el momento de los fuegos artificiales.
Comenzó a soplar una brisa suave que apenas movía las guirnaldas...
En medio del calor, todos comenzaron a abrazarse y a reír, con la alegría que les provocaba el estallido de las bengalas que caían como cascadas de estrellas en medio de la oscuridad.
Poco a poco la brisa se convirtió en un viento fresco que aliviaba el calor...
El pueblo se iluminaba en rosa, celestes y fucsias. Globos ardientes subían zumbando en graciosas espirales.
De pronto, ráfagas de viento comenzaron a sacudir los árboles...
Los gigantes de fuego comenzaron a tambalear. Una ráfaga más fuerte que las otras hizo caer a uno hacia un costado.
El miedo detuvo a la gente.
Una de las bengalas, en vuelo horizontal, fue a estrellarse en el antiguo edificio de madera de la municipalidad, que se incendió de inmediato. Alguien con mucho valor abrió el portón para que pudieran salir los caballos.Mujeres, chicos y hombres, corrieron a refugiarse detrás del tajamar.
La paja de los muñecos y las astillas encendidas volaron en medio de los remolinos de polvo, hacia el campo.
A la mañana siguiente, sobre los sembrados convertidos en cenizas y sobre las brasas en que se había convertido el edificio municipal, se elevaban columnas de humo.
Soledad y tristeza invadieron el pueblo.

1 comentario:

Chechu, la del viejo San Telmo dijo...
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