Había llovido por última vez a mediados del otoño. Durante varios días, ya en el invierno, pesados nubarrones grises cubrieron el cielo, traídos y llevados por el viento cruzaron el valle sin dejar caer ni una sola gota.
Al llegar el verano todo estaba reseco. Cuando una suave brisa o algún carro cruzaban el pueblo, las calles de tierra se elevaban quedando suspendidas en el aire.
El campo amarilleaba por la falta de agua.
Era fin de año y como siempre, se iba a realizar una fiesta en la única plaza del pueblo.
Los muchachos y las chicas armaron muñecos gigantes para quemar en los últimos minutos del año.
Sillas y mesas rodeaban la plaza. Los árboles estaban adornados con guirnaldas hechas con papeles de colores.
Cerca de la medianoche del treinta y uno de diciembre, los vecinos se fueron acomodando en las mesas para ver el espectáculo.
Desde el campanario de la iglesia se escuchó la primera campanada...
Los jóvenes comenzaron a llegar con sus antorchas encendidas.
Esa noche el sonido de la campana parecía distinto, áspero, sin vibraciones...
Chicas y muchachos dando vueltas alrededor de los mamarrachos, cantaban a los gritos y sacudían las antorchas. Sus caras sudorosas tenían un brillo anaranjado bajo la luz del fuego.
Sonó la última campanada.
Las antorchas se apretaron contra los muñecos.Las llamas comenzaron a subir por los enormes cuerpos. De vez en cuando estallaban algunos cohetes escondidos entre los pliegues del papel. Cuando el fuego llegó hasta las cabezas, una explosión más fuerte y una luz azulada, indicaron que había llegado el momento de los fuegos artificiales.
Comenzó a soplar una brisa suave que apenas movía las guirnaldas...
En medio del calor, todos comenzaron a abrazarse y a reír, con la alegría que les provocaba el estallido de las bengalas que caían como cascadas de estrellas en medio de la oscuridad.
Poco a poco la brisa se convirtió en un viento fresco que aliviaba el calor...
El pueblo se iluminaba en rosa, celestes y fucsias. Globos ardientes subían zumbando en graciosas espirales.
De pronto, ráfagas de viento comenzaron a sacudir los árboles...
Los gigantes de fuego comenzaron a tambalear. Una ráfaga más fuerte que las otras hizo caer a uno hacia un costado.
El miedo detuvo a la gente.
Una de las bengalas, en vuelo horizontal, fue a estrellarse en el antiguo edificio de madera de la municipalidad, que se incendió de inmediato. Alguien con mucho valor abrió el portón para que pudieran salir los caballos.Mujeres, chicos y hombres, corrieron a refugiarse detrás del tajamar.
La paja de los muñecos y las astillas encendidas volaron en medio de los remolinos de polvo, hacia el campo.
A la mañana siguiente, sobre los sembrados convertidos en cenizas y sobre las brasas en que se había convertido el edificio municipal, se elevaban columnas de humo.
Soledad y tristeza invadieron el pueblo.
jueves, 14 de junio de 2007
lunes, 11 de junio de 2007
lunes, 21 de mayo de 2007
Delfina es...
...una joven mamá que vive en Necochea. Descubrí su blog por casualidad, cuando aún no sabía qué era un blog. A partir de dicho blog comencé a conocer otros y a través de esos otros, otros otros...(Creo que a eso lo llaman "polinización") Y aquí estoy ahora, iniciando el mio.
viernes, 11 de mayo de 2007
POR QUE DEL NOMBRE
A principios del siglo XX, en una población de La Segarra, comarca de la provincia catalana de Lérida, vivía Alvarito.
Alvarito era un nene alegre, de carita muy blanca y redonda enmarcada por rizos negros que poseía un tesoro: UN TRICICLO.
Cuando por las tardes salía a jugar, andando por las angostas calles del pueblo, imaginaba ser caballero andante, audaz príncipe o valeroso rey que, montado en un caballo, atravesaba campos y ciudades para conquistar tierras, castillos y princesas. Y como los usos y costumbres indicaban había bautizado a su triciclo...perdón, a su caballo, con el nombre de Leoncúpido.
Hoy así como lo hacía Alvarito, mis palabras subirán a este Leóncúpido para iniciar un camino. Atravesarán océanos y continentes y volverán a mí trayendo nuevos colores, formas y sonidos.
Alvarito era un nene alegre, de carita muy blanca y redonda enmarcada por rizos negros que poseía un tesoro: UN TRICICLO.
Cuando por las tardes salía a jugar, andando por las angostas calles del pueblo, imaginaba ser caballero andante, audaz príncipe o valeroso rey que, montado en un caballo, atravesaba campos y ciudades para conquistar tierras, castillos y princesas. Y como los usos y costumbres indicaban había bautizado a su triciclo...perdón, a su caballo, con el nombre de Leoncúpido.
Hoy así como lo hacía Alvarito, mis palabras subirán a este Leóncúpido para iniciar un camino. Atravesarán océanos y continentes y volverán a mí trayendo nuevos colores, formas y sonidos.
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